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Foto del escritorSebastián Varela

Las maravillas de Broome, perla rojiza del noroeste australiano

Actualizado: 21 mar 2023

De vida playera relajada, en el epicentro del Kimberley las estaciones dan vuelta los paisajes, la combinación de colores es hermosamente exagerada, y la luna es protagonista al trastornar las mareas y mostrarse como en ningún otro lugar del planeta. Un paraíso remoto de costa inmaculada donde pasa de todo.



La primera vez que me asomé a mirar Cable Beach, un día de julio desde la esplanada del barrio homónimo, me invadió una sensación de felicidad. Con el día soleado y la temperatura perfecta, propia de la deliciosa temporada seca, encontrarse con tal inmensa y guapa playa, fue lo máximo. Porque ahí viviría los siguientes seis meses de mi vida, suficientes para convertir al sitio en el lugar donde más tiempo habitué en el mundo, después de mi natal Santiago. Sólo bastó ese primer encuentro para saber que con Broome había elegido bien. Esta pequeña ciudad turística y dedicada a la extracción de perlas me hizo coleccionar valiosos momentos, gracias a sus notables encantos y al de sus alrededores. Maravillas generalmente poco conocidas y sin la fama mundial que merecen tener.


Comenzaba un semestre fantástico de amor con la capital de la región de Kimberley, al noroeste de Australia: Hasta allá me llevó la Demonia, mi casa con ruedas durante la ruta costera del west y el “encierro” en Perth. Esta vez fue a través de la vía interior, lejos del mar, de paso visitando joyas del outback como Walga Rock y el cráter Yarrabubba, donde se registra el impacto de meteorito más antiguo del orbe.


La tarde aquella, metí a la van por el acceso permitido a la playa: desde las rocas hacia el norte. Por sus cambios fuertes de marea que compactaba la arena a todo su ancho, Cable Beach democratizaba la entrada y no sólo los 4x4 podían andar. Instalé el comedor frente al mar, me puse a cocinar lo que encontré en la despensa y fueron llegando los amigos para despedir al sol e inaugurar tiempos de vida playera. Placer a tope, panorama a repetir hasta el cansancio. Porque cada atardecer en Cable Beach es diferente, y la posibilidad de llevar la casa, literalmente, a orillas del mar, no se da en muchos lugares de Australia y por seguro, del globo.


Otra vez desperté con camellos a metros de mi ventana, cuando me animé a hacer noche ahí, con la marea dando margen y un cielo estrellado para admirar. No pasa muy seguido que corres la cortina para ver cómo está el día, y lo primero que encuentras es a una fila de jorobados pasando a un par de metros. Los camellos son uno de los tantos iconos de la zona, atractivo para los turistas que se suben en sus jorobas a dar una vuelta. De hecho, en Australia es donde más habitan. En el siglo XIX fueron introducidos desde los rincones desérticos de Asia para el trabajo pesado. Con los avances en la industria del transporte se volvieron innecesarios, quedaron libres, se reprodujeron y se convirtieron en plaga, al punto que hoy son una amenaza para el ecosistema local, y está permitido matarlos. Mi amiga argentina Julita trabajó con ellos, caminándolos 25 kilómetros al día. “Es triste que animales trabajen, pero acá por lo menos los tratamos bien y no los cagan a tiros desde un helicóptero. Son muy inteligentes, responden a comandos, y son fáciles de entrenar. Les encantan las zanahorias y los pepinos”, me contaba antes de emocionarse por todo el cariño que les agarró.


En vez de pagar los $90 AUD (50 lucrecias) para montarlos, para mí lo atractivo era admirar la magia de la simetría del reflejo en la arena mojada, cuando enfilados paseaban durante el atardecer. Momento fotográfico por excelencia.


_Cable Beach


Rojizos que hipnotizan


Los colores de Broome son infinitos y se genera una combinación atómica: el violeta de sus atardeceres, el turquesa del mar, el verde de los manglares, el grafito de la marisma, el amarillo de su sol, y el de su luna también. Muchos serán, y muy lindos, pero hay uno que domina. El rojo es el dictador. Como el que tiene el Marte de nuestro subconsciente, no tan rojizo como en realidad es, según nos revelaron las fotos del Perseverance. El Kimberley es la muestra de ese caricaturizado planeta rojo. Lápiz labial rocoso, intensamente especial, quizás presente en lugares que todavía no he explorado, como el desértico norte de América, pero que quiero creer que es único en la paleta de colores mundial.

Y ese rojo me obsesiona, así que con él quiero continuar este relato. Viajo por la costa de la península de Dampier, lleno de lugares por descubrir, donde elegía pasar el tiempo durante varios de mis días libres. Ahí está el sitio donde pudo haber cambiado la historia: James Price Point. En 2013, por suerte triunfó el poder de la gente que respeta la naturaleza y la herencia aborigen. Woodside, la compañía de petróleo y gas más grande del país propuso levantar allí una de las mayores refinerías de Australia, sin embargo, tras años de protestas, el proyecto se bajó. Tal nefasta y brutal industrialización habría transformado a Broome en un congestionado centro de personal minero, irrumpido con el hábitat de cetáceos, peces, tortugas y corales, cortado el sistema de dunas, y exponiendo la limpieza de sus playas a asquerosos derrames de petróleo. Daños irreparables a una costa prístina. Pensar a Broome como una ciudad industrializada, francamente da escalofríos.


Pero por suerte gracias a esa victoria del ecosistema, la zona sigue jugando al turismo y los locales y viajeros podemos disfrutar del paraíso que es. En Walmadany (su nombre aborigen) acampé con amigos, quienes debían salir de sus carpas a las siete de la mañana, encañados tras una noche de largas y risueñas conversas alrededor de la fogata, y acalorados gracias al sol tempranero e inclemente. Yo en cambio, dormía hasta mediodía gracias a la brisa que temperaba mi van, con todas sus puertas abiertas. Lujo en lo sencillo. La suite del campamento cuyo escenario era soñado para armar un partido de fútbol tenis, una sesión de fotos de contrastes fabulosos o un asadito improvisado.



A Quandong Point viajé solo. La única vez que me despegué de la onda social, si de paseos se trataba. Necesitaba soledad luego de tantos campings compartidos. Ahí llegué esquivando penas y echando mano a la maniobra para no quedar atascado en caminos

arenosos. La recompensa fue grande, porque me pasé la mayor parte del tiempo deambulando desnudo por la playa. Total, los cangrejos eran los únicos que me miraban y no había nadie para ofender con mi actitud nudista. Sin prendas fue la caminata mañanera de las seis y el atardecer con tormenta eléctrica, doce horas antes. Recuerdo tamaña impresión al ver rayos saliendo de nubes anaranjadas. Una combinación de pintura que jamás pensé ver. Si es algo que ni los dibujos animados grafican.


Lo mejor queda al final y así lo dispone la Península de Dampier de sur a norte. En la punta está el espectáculo más imponente: Cape Leveque. Acá los rojizos y anaranjados de los desenfadados acantilados llegan a su máxima expresión cuando el sol pega en ángulo agudo. Caminar a esa hora por la playa del lado oeste, entre las olas y la escenografía marciana, un viaje sin drogas. Ya no cuento más. Que la galería de fotos hable por sí sola.




_James Price Point


Un camino lunático


En Broome es posible llegar a la luna. Hay un camino que se forma durante tres noches, una vez al mes. The Staircase to the Moon fue una de las razones que me trajo a Broome. Desde marzo hasta noviembre, la luna llena emerge desde la bahía de Roebuck luciendo como un queso luminoso enorme y reflejándose en los lodazales expuestos. Así se crea la ilusión de una escalera hacia ella. Un fenómeno especial, atractivo y mágico. Mi obsesión fue fotografiarlo, tarea compleja que llevó varios intentos y que logré captar con mi guerrera Nikon D90 desde Town Beach. Distintos parámetros de luz, variando el tiempo de exposición, entregaron dos imágenes diferentes: Un disparo para captar el genuino efecto de la escalera, otro para hacer que luzca como un sol. Totalmente alunado.


_The Staircase to the Moon


Y si de luna y sol se trata, al extremo sur de la península de Broome, donde los aussies mandan al agua sus botes, está Entrance Point, el único lugar con el privilegio de presenciar las majestuosas puestas de sol y al rato, el espectáculo lunar. Desde allí, un memorable trayecto a pie, cruzando a lo largo de la estupenda de traje naranjo intenso, Reddell Beach, compartido con cangrejos y aves, hasta otra de las gemas de la costa colorada: Gantheaume Point. La idea de la caminata la gestamos con mi amigo Alessandro, un tano adicto a andar en dos pies, quien una vez derrotada la pandemia, quiere caminar más que su compatriota Super Mario, desde Australia a su casa en Italia, subiéndose a medios de transporte sólo cuando sea necesario.

Precisamente en Gantheaume es donde más impacta otro de los highlights que hacen de Broome tan único: en el noroeste de Oceanía se registra una de las más grandes mareas del planeta, la que en los días de mayores cambios (King Spring tide) puede ir desde un metro de altura, a más de diez. Es lo que le da ritmo al día y una parte integral en la vida de los habitantes del Kimberley. En el sitio de los acantilados, cuando la marea está alta, se transforma en un spot de improvisados clavadistas, mientras que cuando llega a lo más bajo se pueden encontrar impactantes registros de huellas de dinosaurios, de hace 130 millones de años atrás. Una mañana aproveché de madrugar (a quién quiero mentirle, llegué con el vuelito luego de una espontánea fiesta multicultural en mi van, estacionada a la entrada de Cable Beach) para mirar los impresionantes registros cretácicos en los roqueríos, mientras amanecía en la costa jurásica.


La marea rey también deja regalos deslumbrantes: llena las piscinas naturales entre las rocas naranjas, y crea una laguna turquesa en el precioso Coconut Well, donde el panorama está clarísimo. Flotador y una cerveza helada son las herramientas para un descanso divino al compás de la fuerza del agua que se va devolviendo al océano poco a poco.



The Cocktail List


Me encanta escribir de las rutas cocteleras de cada sitio, sin embargo, en Broome no hay muchas variantes para echar letra. Aunque venga de cerca la recomendación, la mejor coctelería estaba en casa. En el Mangrove Hotel aterricé para quitarme las ganas de hacer lo que me gusta detrás de una barra: mostrar cómo hago el cocktail que se van a tomar. En el Kimberley primero mezclé en Sunset Bar, respondiendo a las comandas en la barra del restaurant que estaba escondida en un rincón, sin charlar con los clientes que esperaban su traguito en las mesas. Aunque no me podía quejar con la hermosa vista a Cable Beach y sus puestas de sol en cada turno, ni con los compañeros de trabajo que se convirtieron en grandes amigos. Pero luego de tres meses cumplí mi etapa y fui a buscar lo que siempre quise como bartender.


Frente a la preciosa bahía de Roebuck afloró la creatividad, y creamos un menú con guiños a los secretos e íconos autóctonos. Para entender más a este remoto paraíso australiano, había que echarle un vistazo a the cocktail list. El Bushdoof, receta de Jaggermeister con frutos rojos, fue un homenaje a la subcultura de las fiestas electrónicas outdoor. Todas las semanas, en escenarios de película como Gantheaume o Reddell, o simplemente en medio de bosques cerca de zonas industriales, los incansables encuentros de viajeros y locales en torno a los beats se transformaron extraoficialmente en parte en el ADN de Broome.


Entre otros, mi favorito: The Old Cinema , con bourbon macerado en popcorn. Un twist del clásico Old Fashioned, tributo a Sun Pictures. Inaugurado en 1916 con películas silentes y un pianista que tocaba en vivo, es el cine al aire libre más antiguo del mundo que aún opera. El mítico espacio ubicado en pleno Chinatown, al centro de la ciudad, ha sido testigo de la historia. Sobrevivió a los bombardeos de la II Guerra Mundial (Broome fue uno de los tantos puntos del conflicto: en 1942 fue atacado por los japoneses), inundaciones y feroces ciclones característicos de la wet season. Una visita ahí, te transporta a tiempos de cuando los maestros perleros dejaban los barcos oxidados tras extenuantes jornadas, e iban a relajarse con el cine mudo. Como documenta el periodista Griffin Longley en un archivo de The West Magazine, era un centro de vida social, lugar de citas románticas y primeros besos. Con su lado segregador también, propio de tiempos más injustos: asiáticos, aborígenes y gente de color eran relegados a los asientos de los costados y a la galucha, mientras que las ubicaciones centrales estaban reservadas para los blancos.


A más de cien años de su estreno, ver una película en su jardín, con zorros voladores que se cruzan frente a la pantalla y la espectacularidad de ver y sentir de cerca uno que otro avión que transita por encima gracias a la cercanía con el aeropuerto, es como un lujo de otra época. Memorabilia cinéfila con el calor del trópico.


Tanto que hacer en Broome, que seis intensos meses no fueron suficientes. Álbum de postales magníficas, montaña rusa climática, de costa caleidoscópica y en un constante coqueteo con la astronomía. Fuente inagotable de aventuras que, aún así, pasa desapercibida. La joya oculta de Australia.


***

_Crab Creek


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